martes, 9 de septiembre de 2008

En un pueblo de Zaragoza...

9 de Septiembre, 25ºC y llueve. El verano acaba y me abrazo a la rutina del día a día.
Hace pocos meses, cuando esta misma rutina le resultaba insoportable a una mujer que ya no existe, sin más ocurrió algo que les contaba a unos pocos amigos en una carta.
Esta es la historia.


En un pueblo de Zaragoza...

El humo de un cigarro nublaba su mirada. El pulso tembloroso le recordaba el mal trago y, sentada en la cocina, solo escuchaba el silencio.
De pronto, como un relámpago lejano que ilumina el horizonte de una noche cerrada un gran interrogante en forma de por qué se hizo dueño de toda su mente, pero esta vez no tuvo que ahogar un sollozo. Se había repetido tantas veces que hay preguntas que es mejor no hacerse que ya sabía de sobra que hay preguntas que no tienen respuesta.

Sin darse cuenta se encontró en la calle y, por primera vez, vió lo que le rodeaba: su vida.
Echó a andar por aquella calle llena de arena y piedras en la que apenas había aparcados tres coches y al subir las escaleras que daban a la calle de arriba y doblar la esquina, el olor a pimientos asados que salía de una bajera le recordó que aún no había comido.
Caminaba sin rumbo por entre las casas bajas que, con sus ventanas llenas de flores, daban color al final de la mañana. Un pequeño saltamontes se cruzó en su camino, y detrás de él, un atigrado cachorro de gato callejero saltaba sin cesar intentando cogerlo.

Fue entonces cuando se dió cuenta de que estaba sonriendo. La ansiedad que minutos antes encogía su estómago era apenas un recuerdo y un profundo suspiro escapó entre sus labios.
Era feliz. Nunca pensó que lejos del bullicio y la familia pudiera serlo, pero asi era.

En aquél pueblo de gentes amables, tranquilas y nobles, de calles estrechas y cuestas imperdonables, el soplido del cierzo en su oido le trajo unas palabras: la felicidad está en las pequeñas cosas, solo hay que saber apreciarlas.


Volviendo a sentirse joven se dió la vuelta y regresó a casa pensando en lo que había aprendido en ese momento y cuando entró en la cocina con toda una vida por delante y recostó la cabeza en su brazo sobre la mesa, por fin, durmió.