sábado, 31 de mayo de 2008

A ti.

Es madrugada. Una vez más me siento en el sofá con el insomnio a mis pies, compañero inseparable.
Dos hielos en forma de estrella campanillean en mi vaso. Me sirvo un generoso Chivas, cierro los ojos y pienso en ti.
Sé que no eres real, no sé si algún día lo fuiste, yo te soñé despierta.


Ayer era septiembre, hoy ya ha pasado febrero entre días llenos de tu ausencia.
Febrero…mes de enamorados.
A ti, hombre, sueño, te debo el que todos los meses sean febrero. A ti te voy a dedicar este febrero.
Me recuesto entre los cojines de plumas, hoy te estoy echando de menos.


Necesito tu abrazo, tener tu sonrisa en mis dedos, oir tu latido al acercarme a tu pecho, necesito que acaricies mi pelo.
Quiero tocar tu cuello, quiero oler tu piel, quiero que me mires, quiero que me beses.
Quiero no decir nada, quiero no tener miedo, quiero decirlo todo, quiero gritar tu nombre... quiero susurrarte un "te quiero".


lunes, 12 de mayo de 2008

De vuelta a casa

Hace pocos días de vuelta a casa, mientras conducía, no veía la carretera. Sólo conseguía ver al fondo ese monte esbelto con el que cree que tiene un vínculo especial. Estaba azul y gris, tan azul y tan oscuro como el cielo, con sus nubes densas cargadas de lluvia aguantando sin dejar caer una gota. Había mucho tráfico, pero no le molestaba. Sentía que iba sola adelantando un camión y luego otro, pero como si no fuera ella quien condujera, de hecho, era el monte el que la llevaba y era hacia él hacia donde iba. A sus pies está su casa.


Los niños gritaban en la parte de atrás y en la radio una preciosa canción de amor hizo que se pusiera a cantar sin darse cuenta. Silencio en el coche. Los niños siempre quieren que cante y ella procura hacerlo porque es verdad que les gusta, le escuchan y se calman. Por la noche antes de dormir le piden una canción, siempre la misma, uno el villancico de los peces en el río, que da igual que sea el mes de mayo que la siguen cantando; el otro la del barquito chiquitito que por fin navega. Ellos se tumban en la cama, ella se sienta a su lado, se cogen las manos y cantan. Su cara es de ilusión.

Pero este día, mientras les cantaba en el coche, con su silencio, un montón de sentimientos se encontraron. Ellos también lo notaron. En un día en el que estaba tan azul como el monte, tan gris como el cielo y tan cargada de lluvia como esas nubes, la carretera se desdibujó poco a poco bajo la emoción apenas contenida y se volvió tan difícil como somos las personas, imposible en según qué condiciones. No sabría decir qué le provocó esa emoción, aunque quizá fuera todo y nada, la tranquilidad que llega a ratos, el sueño que no llega nunca y una nostalgia que a veces es gris como ese día y a veces tan primaveral como la risa de los pequeños que escuchaban su canto entrecortado.


Cuando las nubes empezaron a acompañarle y lentos y rítmicos goterones empezaron a chocar contra el cristal, solo tuvo un deseo, que esa carretera no acabara nunca.


viernes, 2 de mayo de 2008

Un año después - 17 Marzo 2008


Un día como hoy, 17 de Marzo, hace un año mirando una litografía me reencontré conmigo misma. Llegué hasta ella caminando por las calles de mi Madrid natal, en un día soleado, repasando sin darme cuenta los entresijos de mi vida. No hablaba sola. A mi lado un desconocido con el que me encontré en la boca de metro de Arturo Soria caminaba atento escuchando mi historia. Cuando yo acabé, él me contó la suya. A veces resulta muy fácil hablar con un desconocido porque a pesar de dejar la intimidad expuesta sobre la mesa se preserva el anonimato.

No sé quien era ese desconocido, simplemente estaba allí, conmigo, apareció con una sonrisa extrañamente familiar que me hizo ver que no todo tiene por qué tener el mismo color.


Ese 17 de Marzo se abrió ante mi una puerta desde la que ví una escalera, estrecha e imposible, con tramos de gran pendiente y tramos más tranquilos donde tomar aire. Escalón a escalón empecé a subir, sin darme cuenta de en qué momento el desconocido amigo que me acompañaba dejó de hacerlo.

Me vi boca arriba, me vi boca abajo, me vi sola y buscando algo, sin saber qué. En cada giro de la escalera volví a mirar para encontrarme con el desconocido.

Siguió su camino, yo el mío, y espero que le vaya bien. Le cogí cariño en los pocos minutos que me acompañó por una razón, me hizo creer en mi misma, me escuchó, me miró y me dijo: puedes.


Hoy sigo andando por esa escalera. Un año después he comprendido lo importante que es seguir andando, que por muchas vueltas que la escalera dé, cuando nada es lo que parece, ni la escalera, ni lo que encontramos en ella, ni nadie, lo único que hay que hacer es seguir y tomar cada tramo como viene, sabiendo que en cada escalón todo puede cambiar y que en su metamorfosis está la belleza de una existencia, de un camino que solo hacemos nosotros paso a paso. He entendido que esa belleza no podemos atraparla, pero podemos disfrutarla si nos paramos un instante a mirarla. A veces la he visto, en momentos fugaces que he guardado en el cajón secreto de los recuerdos para no olvidar que existe, y algunos días abro ese cajón y, evocando, surge una sonrisa, o una lágrima, o las dos. Entonces me doy cuenta de que esos momentos me acompañarán siempre y que si sigo andando iré llenando mi cajoncito con otros.


Un año después espero el momento en que un tramo de esta escalera me lleve a otra litografía, esa en que tras un suspiro vea un jinete que no vague solitario, que siga dormido y guarde sus espinas, aquellas que saca en los malos tiempos, aquellas que espero ahora tenga guardadas. Me imagino delante de ella, en blanco y negro, luminosa, con aquél desconocido a mi lado, mirando y disfrutando de la metamorfosis que nos ha llevado a estar en ese tramo parados, suspirando y abriendo el cajón de los recuerdos para que ese momento también quede en él.